jueves, julio 21

Viento

Tengo tres macetas en la ventana de mi habitación. En una de ellas hay una flor roja que ahora se tambalea a causa de este frío viento de verano. Pero por mucho que sople, ella está ahí, siempre erguida, no la he visto caer ni una sola vez.

jueves, julio 14

Una ventana arriba

Hay una ventana muy grande a mi derecha. Por ella puedo ver el cielo casi a mi altura; con lo que no quiero decir que se esté cayendo, sino que me encuentro en un lugar alto. Las nubes están ahí, formando figuras. Veo un bicho que salía en Star Wars que ahora se está convirtiendo en un cerdo que corre, seguramente porque alguien le persigue para cortarle el cuello.

Parece que la ventana esté hecha para no ver el suelo y alejarse de lo mundano de ahí abajo: trabajadores, camiones y demás vehículos motorizados. No se ven, pero se oyen. Aquí no importa lo que hay debajo de nuestros pies. Cuanto más importante, además, más cerca del cielo. Por eso en las ventanas de arriba suele haber escarcha.

La gente que no está acostumbrada a subir padece temblores y cambios de color, además de un ataque repentino de falta de sensibilidad. Los que ya llevan tiempo allí no necesitan ropa de abrigo, hace tiempo que su sangre adoptó la misma temperatura que el ambiente; de ahí que sus venas sean de un color que no tiene ni nombre.

Aún estoy pensando en cómo puede llamarse. Puede que no lo necesite. A veces hay cosas que no precisan de nombre y aún así pueden existir. Un nombre es sólo algo que necesitamos para no perdernos en la realidad, pero no hace falta, las cosas ya son, las nombramos para expresarlas.

Ese color se quedará sin nombre, que cada cual le busque el suyo.

lunes, julio 4

El gato de Cheshire

Te dejo allí, mientras el sol desaparece entre las espesas nubes, provocando colores tan irreales que sólo pueden encontrarse en ese lugar.

Voy en mi coche, absorta con la voz de Ferreiro. "Tengo la tristeza siempre ahí escondida poniéndose guapa" dice. Acertada frase. Siempre lo he pensado. Ella está ahí preparándose por lo que pueda pasar y así salir en todo su esplendor. La luna no debe de pensar lo mismo pues sonríe como si fuese un gato siniestro. Cuanta menos luz hay, más se puede ver su sonrisa. La miro desde abajo, que es el único sitio desde donde puedo verlo todo, y la devuelvo la sonrisa: una cruel y burlona. ¿Y cómo me responde? Desapareciendo.

Creo que ese gato de ahí me sonríe raro.