viernes, mayo 24

Una ciudad

Te hablo de una ciudad, tan grande que jamás acabarás de recorrerla. En ella viven personas completamente solas. Vagan por las calles solas; no hablan, piensan solas; no miran, sólo andan. Y creen que allí no hay nadie más. Los edificios no crecen, se quedaron todos exactamente en 200 metros, por lo que si consigues una vista elevada podrás observar la monotonía recorriendo los tejados.

He de contarte acerca del silencio que te atrapa en ese lugar. No es agradable, ni te da paz, es otro tipo de ruido molesto que te enturbia hasta la vista. No intentes hablar allí, no se te oirá, tu voz la engullirán las calles. Éstas, rectas hasta la náusea, no conducen a ninguna parte. Puedes andar y no llegar a nada, sin ver siquiera el final. Cuando yo estuve allí me llevó cuatro horas rendirme y darme cuenta de que ese camino no me estaba llevando a ninguna parte. Después de eso me di cuenta también que durante esas horas no había pronunciado un sonido ni había levantado la mirada a más allá de dos metros por delante de mí, sin ver a nadie, sin mirar. Se me pegó el ambiente a la piel, y cuando lo noté me lo sacudí levantando la vista. Aún era de día, aún podía salir de allí. 

Y lo hice, para hablarte de ello.

2 comentarios:

John Keats dijo...

Volví a entrar, a leer, a escribirte, y sobre todo, volver a leer más.

Hombres grises me recuerda. Salir de la apatía de una ciudad sin gente, sólo con hombres grises.

montesinadas dijo...

Bonito e inquietante relato te persigo y espero que escribas con más frecuencia.
Invitada quedas a mi blog en montesinadas.